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**El MuNdO deL IriS**

"De Profundis"

***"De Profundis"***, de Oscar Wilde

***"De Profundis"***, de Oscar Wilde

(...) Advierto una relación mucho mas íntima e inmediata entre la verdadera vida de Cristo y la verdadera vida del artista...que quien pretenda vivir una vida igual a la de Cristo, ha de ser completa y absolutamente Él mismo”. No solo la íntima relación que podemos descubrir entre la personalidad de Cristo y la perfección es lo que constituye la verdadera diferencia y lo que hace aparecer a Cristo como el verdadero precursor del romanticismo en la vida, sino que la esencia de su naturaleza era la misma que la del artista; esto es, una imaginación muy intensa, ardiente como una llama.

Tú en mi desgracia, me has escrito (dirigiéndose a Rimbaud): “Cuando no te hallas en tu pedestal, dejas de ser interesante”. ¡Que lejos te hallas de lo que Mathew Arnold llama “¡el secreto de Jesús!” Ambos te habrían enseñado que lo que a otro acontece le acontece a uno mismo. No hay duda de que Cristo cuenta entre los poetas. Shelley y Sófocles son hermanos suyos ... Pero su misma vida es el mas maravillosos de los poemas, y nada hay en todo el ciclo de la tragedia griega que pueda igualar “el temor y la piedad” de esta vida. La inmaculada pureza del protagonista eleva este edificio a una altura de arte romántico “Que sentaba: que no era posible soportar la vista del castigo de un inocente”. Ni en Esquilo ni en Dante, el austero maestro de ternura; ni en Shakespeare, el más puramente humano de todos los grandes artistas, ni en todos los mitos y leyendas célticas, en los cuales la gracia del mundo brilla a través de una niebla de lagrimas  y la vida de un hombre no vale más que la de una flor, no hay nada que por su conmovedora sencillez, unida a la sublimidad del efecto trágico de que nace... No hay nada que pueda igualarse, ni siquiera aproximarse, al último acto de la Pasión de Cristo.

Aquella su soledad absoluta, aquella sumisión suya con Él todo lo acepta y junto a estas otras escenas en que el gran sacerdote, en su furor, le desgarra sus vestiduras y el funcionario de la justicia civil manda traer agua con la vana esperanza de poderse enjuagar la mancha de sangre inocente que lo hace aparecer como la más sangrienta figura de la Historia; la escena, uno de los sucesos más maravillosos de todos los libros de todos los tiempos, en que le es impuesta la corona de espinas; aquella otra de la crucifixión del Inocente ante los ojos de su madre y el discípulo a quien amaba; aquella de la horrible muerte por la cual cedió al mundo el más eterno de sus símbolos.           

Dice Renán que la obra suprema de Cristo consiste en haber sabido conservar, aun después de muerto, el amor que había poseído en vida. Y verdad es que si bien su puesto esta entre los poetas, también hacia Él se dirige el cortejo de los amantes. Reconoció que el amor es el secreto primordial del mundo, el secreto buscado por los sabios y que únicamente por medio del amor es posible llegar hasta el corazón del leproso y los pies del Señor. Pero por encima de toda consideración, Cristo aparece como el mayor de los individualistas. La humildad como aceptación artística de todas las experiencias, no es sino un medio de pequeñeces. Lo que el persiguió siempre fue el alma del hombre. La llama “el reino de Dios”, y la descubre en cada uno de nosotros; es porque solo puede uno formarse su alma desprendiéndose de todas las pasiones extrañas, de toda la cultura adquirida, de todo lo que se posee externamente, lo mismo de lo bueno que de lo malo. Al entrar en contacto con el alma, uno se vuelve otra vez niño, y esto es lo que uno ha de ser, según las palabras de Cristo.

Cristo fue, no solo el mayor individualista, sino también el primer individualista de la Historia. Hay quien ha querido presentarlo como uno de tantos abominables filántropos, o como un altruista nacido entre ignorantes y sentimentales. En realidad no fue ni uno ni lo otro. Cierto es que tuvo piedad de los pobres, los presos, los míseros y los humildes, pero tuvo todavía mas piedad de los ricos, los hedonistas, los que sacrifican su libertad y se convierten en esclavos de las cosas, los que llevan vestiduras finísimas y viven en palacios dignos de reyes. La opulencia y el placer le parecían tragedias mayores que la pobreza y el dolor. Y en cuanto al altruismo, ¿quién mejor que Él podía saber que la inclinación y no la voluntad es lo que nos impulsa, y que no es posible cosechar uvas del espino ni higos de los cardos?.

Vivir para los demás no era el fin determinado y consciente de su doctrina . Su base era muy otra. Dice: “Perdonad a vuestros enemigos”, y ello no implica el amor a nuestros enemigos, sino a nosotros mismos. Pues el amor es más hermoso que el odio. Le dice al joven rico: “Vende lo que posees y daselo a los pobres” y al decirlo no piensa en los pobres, sino en el alma del joven, esa alma adorable que la riqueza conducía a su perdición.

Su concepción de la vida es pareja de la del artista, que sabe que la ley inevitable del propio desarrollo impulsa al poeta a cantar, al escultor a pensar en bronce y al pintor a convertir el mundo en reflejo de sus estados de alma.Desde la aparición de Cristo, la historia de cada individuo en sí, es o puede llegar a ser la historia del mundo. Cristo, con una imaginación maravillosamente vasta, que infunde verdadero pavor, eligió para su reino el universo de lo inexpresado, el mundo silencioso del dolor y quiso ser su eterno interprete. Eligió por hermanos a aquellos que yacen callados bajo la opresión y “cuyo silencio solo de Dios es oído”.. Comprendió que una idea carece de valor hasta que se encarna y convierte en imagen y por esto hizo de sí mismo la imagen del sufrimiento y como tal ha impulsado y dominado el arte en un grado que jamás pudo conseguir una divinidad griega.

Aquellas palabras de Isaías: “Era el más despreciado y el más indigno de los hombres , estaba lleno de dolor y de enfermedades. Tan despreciado era, que uno se cubría la faz frente a él”, le habían sonado a Cristo como anuncio de su llegada, y en Él hubo de cumplirse la profecía. No tenemos porque asustarnos de esta frase: toda obra de arte es la realización de una profecía, pues toda obra de arte es la conversión de una idea en imagen. Y toda criatura humana debería ser igualmente la realización de una profecía, ya que toda criatura humana debería ser la realización de un ideal, bien a los ojos de Dios, bien a la de los hombres.

En todas partes donde se produzca en arte un movimiento romántico, sea cual fuere la forma que este revista, allí aparece Cristo o el alma de Cristo. Esta en Romeo y Julieta, y en el Cuento de Invierno, en la poesía provenzal y en El viejo marinero, en la Bella despiadada y en la Balada de la misericordia, de Chatterton. Las flores del mal, de Baudelaire, Verlaine y sus poesías; los torturados y románticos mármoles de Miguel Ángel, etc.

El reino de la imaginación en el temperamento de Cristo es lo que le convierte en el centro e impulso del romanticismo. Otros habrán de crear con su fantasía las formas singulares del drama poético y la balada; pero Jesús de Nazaret se creo a sí mismo por su propia imaginación. Vino a ser por igual la negación y la confirmación de las palabras del profeta, pues cada esperanza por Él satisfecha se acompañaba de otra por Él destruida.

“Toda belleza, dice Bacon, tiene alguna desproporción”; de los que nacen de la inteligencia, o sea de aquellos que son como Él fuerzas dinámicas, dice Cristo que se parecen al viento que “sopla donde quiere, pero sin que nadie sepa de donde viene ni a donde va”. Y he aquí por qué fascina de tal modo a los artistas; todos los elementos que animan a la vida, el enigma, la novedad, lo raro, la sugestión, el éxtasis, el amor, los posee todos.

Me da mucha alegría pensar que sí Él es “únicamente imaginación”, de igual materia se compone el mundo. Ya que todos los grandes pecados del mundo se realizan en el cerebro. Y es que en el cerebro es donde se realiza todo. En los Evangelios, se observa como se resalta en ellos la imaginación, ya que ésta es la esencia de toda vida espiritual. Para Cristo la imaginación era simplemente una forma de amor; siendo para Él el amor soberano, en el sentido mas completo de la palabra.

Cristo como todos los seductores, poseía el don, no solo de decir cosas bellas, sino también de hacer que otros las dijeran. Yo veo en Cristo, no solo las características esenciales del tipo romántico por excelencia, sino también todo lo accidental, e incluso todo lo arbitrario del temperamento romántico. Él fue el primero que invito a los hombres a llevar “una vida igual a la de las flores”. Él sentó esta expresión. Él vio en los niños el modelo que debemos intentar copiar. Él los dio como ejemplo a los hombres. Dante nos cuenta como el alma del hombre surge de las manos del Creador “llorando y riendo como un niño”.

Asimismo reconoció Cristo que la vida se halla sujeta a cambios frecuentes, que es fluida y activa, y que el comprimirla dentro de una forma rígida seria la muerte. Comprendió que los hombres no deben de preocuparse demasiado de sus intereses materiales y cotidianos; y que no es posible formarse demasiadas ideas acerca de la marcha del mundo. Si los pájaros no se ocupan de ello, ¿por qué habrían de preocuparse los hombres?.

Su moral solo es amor; y eso es justo lo que la moral debería ser. Con que sólo hubiese dicho “le serán perdonados sus muchos pecados por lo mucho que amó”, valía la pena morir por estas palabras. Su justicia es especialmente una justicia poética, es decir, lo que debe ser verdaderamente la justicia. Cristo no podía soportar los sistemas rutinarios, mecánicos, que consideran a los hombres como objetos y por tanto los tratan a todos por igual. No reconocía leyes, sino únicamente excepciones, como si cada ser y cada cosa no tuvieran su par en el mundo.La base fundamental del arte romántico era para él la base esencial de la vida natural. Fue muy irónico, cuando le llevaron una mujer sorprendida cometiendo el delito de adulterio, y le indicaron el castigo que le correspondía según la ley, mientras le decían esto, él haciéndose el indiferente, se puso a jugar con el dedo en la arena, cual si no oyese lo que le decían, y como le seguían insistiendo, alzó la cabeza y dijo simplemente: “Aquel de entre vosotros que se halle libre de pecado, que le arroje la primera piedra”. Solo por estas palabras vale la pena vivir.

Como todos los poetas amaba los ignorantes, pues sabia que en el alma de un ignorante hay siempre espacio para una gran idea. Pero no podía resistir a la gente que tienen juicios dispuestos para todo, pero que no comprenden ninguno.Cristo nos dice con tono tranquilo, que cada momento ha de ser hermoso, que el alma ha de estar siempre preparada para la llegada del esposo/a y siempre dispuesta a oír la voz del amante, y el filisteísmo es sencillamente aquella parte de la naturaleza humana que no puede ser iluminada por la imaginación. Para Cristo todas las influencias que subrayan a los sentidos son como luces: la misma imaginación es la luz del mundo. Ella lo ha creado, y sin embargo no puede comprenderlo. Y es que la imaginación no es sino una manifestación del amor, y el amor y la facultad de amar es lo que distingue entre si a las criaturas.

Pero con los pecadores, Cristo es aún mas romántico, en el sentido mas estricto de la palabra. El mundo siempre había amado a los santos, viendo en ellos la primera etapa hacia la perfección de Dios. Cristo, guiado por un instinto divino, parece desde un principio haber amado a los pecadores, viendo en ellos la primera etapa posible hacia la perfección del hombre. No era su objeto esencial el mejorar a los hombres, ni tampoco el mitigar sus sufrimientos. No le importaba convertir un interesante ladrón en un aburrido hombre de bien. Comprendía el pecado y el dolor como todavía no han sido comprendidos, como algo bello y santo en sí, como etapas de la perfección.Esta es una idea que parece harto peligrosa, y que efectivamente lo es. Todas las grandes ideas son peligrosas. Y no es posible poner en duda que esta era verdaderamente la fe de Cristo. Para mi no cabe duda de que esta es la verdadera fe.Claro que es preciso que el pecador se arrepienta. Pero ¿por qué? Pues por la sencilla razón de que de otro modo no se hallaría en condiciones de comprender lo que ha hecho. El momento del arrepentimiento es el momento de la iniciación. Mas aún: es el medio por el cual puede uno rehacer el pasado.

Es que en el fondo, el encanto que emana de Cristo es que se parece en todo a una obra de arte.(...)

 

            Oscar Wilde “De profundis”

                                                                                                                                                  (Pág. 119-141). Edicomunicación, S.A